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  • Foto del escritorAuxi Rodríguez

UNA FAMILIA EN TIEMPOS DE ZOZOBRA

Por Auxiliadora Rodríguez Suárez


Mi mujer había enfermado ya hacía unos años. Ahora estaba medio inválida, sentada en una silla de ruedas y con una demencia. Se llamaba Carmen, como la sevillana, hace unos años fallecida. Un día, de repente, empezó a sufrir caídas, desvanecimientos, descontrol absoluto con las medicinas.

Mi hija mayor, Amelia, vivía con nosotros hacía 10 años. Desde que rompió con su novio había pasado muchos años sin trabajo. Tras su exitosa carrera, una serie de infortunios, la habían llevado al ostracismo laboral, social y personal. Ella era mi ancla, nuestra luz en la oscuridad. Nos cocinaba y ayudaba en casi todo. Yo llevaba un gran peso sobre mis hombros pues, pese a estar enfermo también, cuidaba en lo mejor posible a mi mujer e intentaba hacerle la vida más feliz.

Mi hija a veces se desvanecía en sus tristezas y yo ahogaba mis penas en el alcohol. Todo esto nos superaba, económicamente, físicamente (ambos teníamos dolencias, aunque ella era más joven) y psicológicamente, nos minaba más cada día, y ¡la dependencia no llegaba! Ella decía estar cansada siempre, intentando emprender sin dinero y para ganarse la vida honradamente, no había manera.

Amelia a veces estaba triste por vernos envejecer, por su soledad, por su impotencia, por estar en riesgo de exclusión social. Ya tenía 45 años y pese a estar sobrecualificada, nada funcionaba ni era suficiente para las empresas.

Carmen era una mezcla de mujer gruñona, temperamental, controladora, con un TOC como una casa de grande (sus obsesiones eran diversas), y también era un osito amoroso, como la llamaba cariñosamente mi hija mayor. Mi hija le solía decir que ella era la única que le daba cariño, pues yo soy un hombre bruto y arisco. A cambio, y sin pedir nada, mi hija Amelia hacía gracietas de payaso para hacer sonreír a su madre y si lograba hacerla reír, más feliz la hacía.

Amelia era especial. Era una de esas personas medicina que curaban con solo tenerla cerca; por eso tenía tanto admirador y su madre era su público preferido, como el gran Patch Adams en su película.

Amelia tenía proyectos, sueños, planes, y luchaba duro por ellos, pues su futuro estaba en alto riesgo, y por su familia más aún. Pero a ella le preocupaba más su familia, porque los amaba, como ella dice: “De aquí al infinito y más alla, hasta la eternidad y mucho más allá”. Y eso que de Toy Story solo conocía la frase, la trama y la canción: “Hay un amigo en mi”.

¿Podemos ser amigos?―se preguntaba Amelia siempre en sus más íntimos deseos.


Historias de #Heroínas para el concurso Zenda del Día de la Mujer.


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